Me llegó con envoltura, propio de un libro de 500 páginas y cuya I edición se agotó en tan solo 4 meses.
El título nos induce a averiguar si realmente es posible descubrir Colombia en la poesía colombiana; un tema de trasfondo que debería replantearse cada país con su producción artística. Si la poesía tiene cierta inutilidad comercial debe dársele un papel meritorio en las historias que se cuentan.
Editada a finales del 2010, obtiene pronto el premio del Ministerio de Cultura colombiano. Y la compilación la realizan: Luz Eugenia Sierra, Robinson Quintero, Joaquín Matos y Amparo Murillo.
“Colombia en la poesía colombiana es una suerte de arqueología propia a través de 186 poemas, acompañados de una interpretación doble: un texto que señala críticamente la situación estética de la obra y otro que revela el trasfondo histórico que ella esconde.”
Inicia con “Cantos de la creación” de las comunidades Kogui y Huitoto.
“Primero estaba el mar. Todo estaba oscuro… El mar era la Madre. Ella era agua y agua por todas partes, y ella era río,laguna, quebrada y mar y así estaba ella en todas partes.
Así, primero solo estaba la Madre. Se llamaba Gaulchovang. La Madre no era gente ni nada, ni cosa alguna. Ella era Aluna(pensamiento o idea). Ella era espíritu de lo que iba a venir. Y ella era pensamiento y memoria.”
Luego, describe poemas producidos en tiempos de la conquista y las gestas de independencia junto a las primeras decepciones, con descubrimientos notables de ironía política y costumbrismo.
Conforme avanza en la historia se percibe una evocación nostálgica de un país que ya no es pero que lucha por sus memorias con sobresaltos personales e íntimos.
La selección de poetas es bastante minuciosa. Una antología modelo cuyos investigadores atravesaron las líneas coyunturales que envuelven los nombres políticos o de amiguismos generacionales.
Sobre los temas se ordenan cotidianos sin rigurosidades más que describir una poesía desde el –ser- colombiano con sus frustraciones, desapegos y fracasos.
A CALI HA LLEGADO LA MUERTE
Emilia Ayarza (1919-1966)
No.
Ni la sangre de polvo.
Ni el rumor de las venas sub-terrestres.
Ni los ojos de antiguas polillas vagabundas.
No.
Nada.
Ni el sexo que comienza en la lengua de los niños.
Ni los pastores de culebras.
Ni las esquinas infieles sobre las ventanas.
No.
Nada.
Ni el candor de las escuelas que traza palotes de ausencia en los tableros.
Ni los borrachos que miran fijamente a la ventera y le derraman el corazón entre las trenzas.
Ni los panales detrás de las ortigas
ni los bueyes de artificial melancolía.
No.
Nada pudo detener la muerte.
Llegó a Cali navegando y los corceles del Océano Pacífico
la saludaron volcando sus belfos espumeantes en la playa.
Llegó por el pito de los buques
por las banderas de los guacamayos
por el ojo de las agujas que remienda el pudor de los modistas
por la voz de los muertos en los árboles
por los billetes rubios
por el alma incolora de los camioneros
por la rosa ignorante
por el paisaje de zapatos sin huella.
…
La historia de Cali dejó de ser un río deliberadamente puro
por cuyas ondas los días eran barcos de vidrio.
El rojo fue una lluvia sostenida en el aire
y entre los montes de cristal la sangre
dibujará para siempre vitrales en la sombra.
¡Hay que llorar desesperadamente!
Poesía tan vigorosa como su historia. Lectura de a pedacitos pero con travesía luminosa.
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