Hace algunos años leí LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES, una de las últimas novelas del escritor Yasunari y fue un cúmulo de provocaciones intrínsecas. Retomé de nuevo su lectura porque en este momento de mi vida -un poco más lejos de mi apego a ciertas ideas tradicionales- la obra cobra su altitud y me llena de irreverencias esotéricas.
Es un viaje hacia lo oculto del ser y estalla en el texto con una audacia impresionante. Para lo que gustan de temas donde se cuestiona la conducta humana y ese espanto carnal que tienen muchos por la muerte.
El libro desata erotismos incontrolables y todo se debe, a un viejo llamado Eguchi que es seducido a buscar mujeres jóvenes y doncellas dormidas a las que simplemente solo observa y paga solo para dormir a sus lados, sin casi, ningún contacto físico. Sin duda, es un elemento de referencia a la lascivia masculina que hace temblar los dominios de la cultura oriental.
Un novela con casi 40 años de vida que debe releerse porque plantea otra forma de hacer narrativa y va más allá que solo enquistarse en elementos históricos o sociales donde la obra se estruja de recetas narrativas o listas de información, sin contenidos novedosos que nos bofeteen y nos hagan cuestionar. Además, es un libro que dio los precedentes para esas futuras narraciones donde se siguen describiendo las más extrañas conductas y adhesiones que tiene el ser humano.
Cuando obtuvo el Nobel de literatura en Zusshi, en 1968.